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  • En menos de un año ya somos el principal blog de prevención del suicidio en el país

    Nuestro blog superó recientemente los 1250 suscriptores, lo que lo convierte en el blog de prevención del suicidio con más suscriptores, más visitas y mayor crecimiento de Argentina. Este incremento tan rápido en la audiencia nos indica que estamos en el camino correcto. Desde el comienzo mantuvimos una línea editorial a favor de la vida pero realista. Nunca pretendimos transmitir un mensaje edulcorado o ingenuo porque nosotros mismos somos personas afectadas por el drama del suicidio y sabemos del esfuerzo y el coraje que tiene que poner cada sobreviviente en su camino de recuperación. Les agradecemos a los lectores que nos eligen y comparten nuestros contenidos, pero también, y muy especialmente, a los autores anónimos que nos brindan generosamente sus testimonios de superación o de lucha y nos autorizan a publicarlos, porque se han convertido en la columna vertebral de nuestro blog. Esa fue nuestra idea desde un principio, que el blog de Hablemos de Suicidio fuera un espacio donde las personas afectadas por el drama del suicidio tengan un lugar donde expresarse, pero también donde compartir los recursos que emplearon o siguen empleando en su propio camino de recuperación. A todos nuestros suscriptores y a los visitantes que llegan a nuestros artículos desde nuestras redes sociales o nuestro sitio web les pedimos que sigan acompañándonos, que visiten nuestro blog y que compartan nuestros contenidos, porque así podremos seguir haciendo crecer este espacio, que es el espacio de todos nosotros, y estaremos más cerca de cumplir nuestro objetivo: Que el suicidio deje de ser un tema tabú para que su prevención comunitaria efectiva sea posible. Y a quienes comparten los testimonios que publicamos les pedimos que sigan escribiendo, porque el camino que recorrieron hasta aquí con tanta determinación, seguramente servirá de inspiración para otros que en circunstancias similares aún siguen luchando con sus angustias o sus pensamientos suicidas. Gracias nuevamente a todos, ¡y a seguir creciendo! Ver también Dejanos tu Testimonio de superación en relación al suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG Suscribite a nuestro Blog de Prevención del Suicidio

  • Exilio y pensamientos suicidas

    Recuerdo esos últimos meses donde todavía sentía aquel chispazo de energía, llamémosle "Felicidad", cosa que actualmente me pasa un día de cada siete que tiene la semana. Es un sentimiento raro de explicar, porque ya estoy acostumbrado a sentirme pésimo. Trataré de describirlo en pocas palabras: siento una leve sensación en la cabeza, yo sé que es raro pero es la mejor forma de explicarlo, voy caminando y siento que ese día será bueno y por alguna razón nada me afecta. Aunque cuando ese breve subidón pasa, se siente pesadísimo, es como la gravedad, literalmente. Hace ocho años aproximadamente inmigré hacia Costa Rica desde El Salvador por cuestiones ajenas a cualquier cosa mala. En realidad inmigré sin razón alguna. Ahí empezó mi calvario. Trataré de resumirlo: cuando logré entender que no iba a ver a ninguna de las personas que estaba acostumbrado a tener en mi vida empecé a tratar de hacer amigos. Por lo general, siempre fui extrovertido, digamos que el más alegre de las fiestas, era popular con las muchachas, pero acá, cuando lo intenté, tuve mucha influencia de mi madre. Tenía veintitrés años, era un país nuevo, y ella empezó a no dejar que saliera a beber y cosas así inventando pretextos vagos. Así fui perdiendo amistades. Luego conocí una señorita con la cual tuve una relación larga, casi de cinco años. En medio de eso, ella me engañó reiteradas veces. Caí en el alcoholismo y usé drogas durante aproximadamente seis meses a un año. Todo esto fue el detonante definitivo para caer en la cuenta de que no era feliz y de que algo se había roto. Siempre tengo cambios de humor pesados y bruscos. En mi cabeza ronda siempre aquella voz que me dicta pensamientos suicidas. De hecho lo menciono mucho y no quiero llamar la atención, en realidad me da vergüenza decirlo cuando hablo con amigos. La gente tiende a alejarse cuando me ven así de triste. En reuniones donde me han invitado soy social o me quedo callado en una esquina. Me desconozco, de hecho estoy escribiendo con un nudo en la garganta. He luchado con este sentimiento durante cuatro años tratando de refugiarme en los videojuegos. A mis treinta y un años sigo jugando como un niño, pero es mi único des-estrés del trabajo y de la frustración de seguir aquí sin un rumbo trazado o algún plan. Trato de no desvelarme, de no usar drogas nunca más, aunque el alcohol todavía me gana, y a veces me hace sentir demasiado mal. En fin, pensar en las personas que diariamente me saludan en mi trabajo y me dicen cosas positivas o buenas me ha quitado mucho de la mente el pensamiento de que nadie me aprecia y de que soy invisible. Todavía no le he ganado a esta situación pero llevo cuatro años en la lucha. Creo que no está mal. Lastimosamente, por ser inmigrante Salvadoreño en Costa Rica y sin documentos (los perdí en un asalto), no he podido tener acceso a un psicólogo pero sí quisiera tenerlo. Muchas gracias. Ver también: Dejanos tu Testimonio de superación en relación al suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

  • Discapacidad y Pensamiento Suicida

    No me gusta hablar de este tema, pero sé que muchos pasan por esto. Soy una persona con discapacidad. No nací con ella, la adquirí a mis 23 años. A esa edad uno se cree inmortal, un ataque de asma no atendido me hizo ver lo contrario. Los hospitales argentinos son muy precarios en cuanto a la atención de urgencias. Ahora creo que tienen más tecnología, pero no cambió mucho. Habitualmente tengo que utilizar estos servicios. A las personas indigentes nos dan Incluir Salud que solo atienden en hospitales. Ya tengo 49 años, esto pasó hace tiempo. Estuve siete horas en la guardia rogando que me atendieran. Solo me pusieron un suero y una nebulización. Yo no podía sostener la mascarilla, una enfermera lo hacía por mí y trataba de que no me sentara en la cama para no apretar el diafragma. Tenía hiperventilación. Le faltó oxígeno a mi cerebro y quedé en coma 6 meses. Cuando reaccioné no veía, escuchaba poco y no podía moverme. A los tres días mi ex pareja me informó que estaba de novio con la única amiga que tenía. Mi hijo tenía 2 años. Alquilábamos y él devolvió el departamento. Vivía con sus padres y mi bebé. Fue muy difícil. Sobreviví. El nene era muy chico y no me reconocía. Me propuse vivir para enseñarle a no rendirse nunca. Además, creía que me recuperaría. No te cae la ficha rápido. Aunque sea obvio lo negás. Pasó el tiempo y no mejoraba. Mis padres vivían en un hotel. Me dieron el alta pero no podía volver con el padre de mi hijo porque ya vivía con su actual esposa. No podía volver con mis padres porque no tenían donde tenerme. Así terminé en un geriátrico. Estaba cerca de mi hijo y aguanté. Todas las noches hacía ejercicios empujando la silla para atrás. Movía mí único brazo. Mi cabeza decía que ya iba a ir a buscar a mi hijo. Entonces me enteré de que después de tres años las neuronas no se copian. Quedaría así. Ya no soportaba más e intenté matarme. ¿Cómo lo haría? No lo sabía. Pensé y pensé hasta que se me ocurrió... Preparé todo y cuando estaba por hacerlo me puse a pensar cómo vivir. No fue fácil mí vida , pero estudié psicología, soy escritora, publiqué dos libros de cuentos, hice hidro terapia, equino terapia, danza integradora, participé de varios concursos y antologías, estudié braille, realicé talleres de audio lectura hacia la expresión oral y escrita, y tecnología adaptada (se deben preguntar cómo manejo una PC para escribir esto). En definitiva, tuve oportunidades dentro del hoyo. Me gustaría que se conozca mí testimonio.

  • La vergüenza frente al pensamiento suicida

    Algo que muchas personas no entienden sobre el pensamiento suicida, especialmente aquellos que te dicen: “No tenés que pensar en esas cosas”, es que es involuntario. Como doblarse un tobillo o resfriarse. Nadie lo busca, pero a veces nos pasa. Sin embargo, nadie se avergüenza de un resfriado o de un esguince de tobillo, pero sí de pensar en el suicidio. En realidad nos avergonzamos por mucho menos: Cuando alguien nos pregunta cómo estamos respondemos sin pensar: “Bien, gracias”. Hasta los más mínimos problemas emocionales nos dan vergüenza. En particular, pensar en el suicidio es muy vergonzante. Tanto es así que la mayoría de las líneas de asistencia a personas en crisis o con pensamientos suicidas en el mundo ofrecen un servicio anónimo para que las personas se animen a hablar de lo que les está pasando. Prácticamente como si de confesar crímenes se tratara. Aunque sabemos que es algo bien distinto, que no somos culpables de lo que sentimos, que simplemente es algo que nos viene, que nos pasa. Además de la vergüenza, el pensamiento suicida genera otras emociones, casi siempre desagradables: preocupación, miedo, pérdida de la autoestima, etc. Pero la vergüenza ante el pensamiento suicida, en particular, es una emoción muy peligrosa, porque nos silencia, nos aísla, nos hace pensar que nadie puede entendernos o que a nadie le importa lo que nos está pasando y, en definitiva, nos impide pedir ayuda. Algunas veces la vergüenza es tan intensa que ni siquiera frente a un espejo podemos confesar lo que sentimos. Yo en particular pasé casi una década negando y negándome mis pensamientos suicidas, tapándolos con trabajo y otras formas de evasión. Incluso cuando la presión fue insoportable y el miedo a cometer un acto suicida fue mayor que la vergüenza, busqué ayuda tímidamente, tratando de que nadie se entere. Recién hoy, tres décadas después de mis primeros pensamientos suicidas y razonablemente recuperado, me doy cuenta de que el silencio es peligroso, no solo para mí mismo, también para otras personas que en estos momentos podrían estar pensando, como yo lo pensaba, que sólo a ellos les vienen estos pensamientos. Algunas estimaciones señalan que la mitad de los seres humanos tienen, tuvieron o tendrán pensamientos suicidas serios en algún momento de sus vidas. Sin embargo, de eso no se habla. Y no hablarlo no es gratuito: condena a todas esas personas a una situación de aislamiento amparada en la falsa creencia de que sólo a cada uno de ellos les pasa. Para que esto no siga ocurriendo debemos animarnos a hablar. De eso se trata Hablemos de Suicidio, de dejar la vergüenza a un lado, de empoderarnos y enorgullecernos de nuestras propias experiencias para ayudarnos y a su vez ayudar a otros, de reconocernos y reconocer a otros como sobrevivientes de nuestros propios pensamientos suicidas y, desde la fortaleza que nos genera esta nueva visión, comenzar a derribar el tabú que pesa sobre el tema del suicidio y que nos mantuvo aislados y en silencio por tanto tiempo. Ver también Dejanos tu Testimonio de superación en relación al suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

  • El largo camino de la recuperación desde el pensamiento suicida

    Prácticamente toda mi vida tuve pensamientos suicidas. La primera vez que lo pensé tenía once años. Estaba muy decidida a morir, no a esa edad, sino más adelante. Tenía asumido que no iba a pasar de los veinticinco años o, al menos, que no llegaría a los treinta. Allí mismo mi mamá me mandó a terapia con una psicóloga que me hizo descubrir esa profesión y me hizo decidir estudiarla yo también. Salí renovada de ese tratamiento, con otra perspectiva... No duró mucho. Cinco años después me veía inmersa en una relación abusiva con una pareja que me trajo ganas de atentar contra mi vida otra vez. Dejarlo no era opción porque le tenía terror, así que, prefería acabar con mi vida. Mis papás lo superarían algún día y él también. Ahí volví a terapia, volví a descubrirla y volví a tener esperanzas que tampoco fueron para siempre. A mis veinte años la dinámica de mi familia cambió muchísimo, tanto que no la pude soportar. Retomé terapia aunque estaba decidida a morir. Me faltaba descubrir cómo, porque la idea ya la tenía. Me daría pena por mi gato y en última instancia por mis papás, pero tenía fe de que lo superarían algún día. Toqué fondo un domingo a la noche cuando llamé a mi psicóloga para despedirme. Tuvimos una charla larga, muy larga, en la que me derivó con una psiquiatra. Debo decir que estas dos mujeres me salvaron la vida y al día de hoy les agradezco mucho seguir acá. ¿Qué hay para aprender de esto? No lo sé, pero yo aprendí que siempre hay gente dispuesta a escucharte, a la que le interesas de verdad (aunque pienses que no), a que uno no quiere dejar de vivir, sino dejar de sufrir... Que el suicidio es una decisión permanente para un problema temporal. Me refugié en mis gatos, el tratamiento psiquiátrico (del qué ya fui dada de alta exitosamente), en la terapia y en mi familia. Todos los días agradezco no haber tomado esa decisión porque por suerte mi vida cambió para bien. Aún falta, como todo, pero ya no estoy dónde estaba antes. ¿Saben lo importante que es eso? Hoy no estamos dónde estábamos antes, significa que seguimos avanzando, que nos seguimos moviendo, y, para hacer eso, hay que ser fuerte. Muy fuerte. Las buenas llegan. Te lo juro Ver también Dejanos tu Testimonio de superación en relación al suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

  • La soledad frente al suicidio

    Hace un año exactamente, a esta misma hora, me encontraba en la playa solo, perdido, cansado y roto en mitad de la noche. Había bebido mucho porque llegué a un punto que no soportaba estar conmigo mismo. Con mis pensamientos, con esa vocecita que no paraba en todo el día desde hacía semanas. Esperaba que se calle, y a veces lo hacía y sentía una pequeña victoria, pero al día siguiente hablaba aún más alto. Y me cansé, recuerdo aún ese sentimiento de hartazgo y esa falsa sensación de paz cuando lo decidí. Siempre he sido muy independiente, quizás porque la vida me obligó a serlo, pero aún así intenté pedir ayuda a las dos personas que sentía más cercanas. Nadie vino a salvarme. Y fue muy duro. Estar con el agua hasta la cintura, a punto de perder la consciencia por el alcohol, roto y con dos ríos de lágrimas imparables, y darme cuenta de que no iba a venir nadie. Que solo yo podía salvarme. Y dolió, cada paso hacia la orilla dolió y costó como una vida, porque en ese momento lo fácil habría sido cerrar los ojos y abandonarse. Pero aquí estoy. Un año después. Y aunque ha sido uno de los años más duros de mi vida, porque la vida es lo que tiene, también ha habido momentos buenos y me han hecho ser consciente de lo fuerte que soy. Desde ese día la voz se ha ido. Y si vuelve a aparecer le diré: quizás el año que viene. Ver también: Dejanos tu Testimonio de superación en relación al suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

  • Procesar la culpa en un duelo por suicidio

    ¿Y si le hubiera dicho esto?, ¿o aquello? ¿Y si no le hubiera dicho esto otro? ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Por qué no supe interpretar esa señal? ¿Por qué hice esto? ¿Por qué no hice lo otro?... Todas estas preguntas y otras más por el estilo dan vueltas por la cabeza de los que perdimos a un ser querido a causa de suicidio, algunas veces durante años. Detrás de cada una de ellas se esconde la culpa, una culpa profunda, muchas veces inconfesable y que puede llegar a ser desgarradora. De nada sirven las explicaciones, por muy razonables que parezcan: “fue su decisión”, “no podemos hacernos responsables de la vida de otro”, “nadie se puede imaginar una cosa así”, “hiciste lo que pudiste en su momento con las herramientas que tenías”, “no tenemos que juzgar el pasado con los recursos de hoy”, etc. La culpa es un sentimiento visceral, no escucha razones ni explicaciones, simplemente se siente en las entrañas. Y además es un sentimiento muy destructivo y peligroso. A mí me llevó al pensamiento suicida. Procesar la culpa puede ser un proceso largo y tortuoso, puede incluso durar el resto de nuestras vidas. No obstante siempre hay cosas que se pueden hacer. No tengo una receta, solo puedo comentar los recursos que yo usé en mi propio proceso a partir de la muerte de mi madre a causa de suicidio, cuáles me fueron útiles y cuáles no. Negación: La culpa por la muerte de un ser querido a causa de suicidio puede ser una carga imposible de soportar, y la negación puede ser un mecanismo necesario para seguir adelante. He conocido a personas que, pese a la evidencia, niegan directamente los hechos. La palabra “suicidio” es muy intimidante, porque de una forma u otra siempre nos lleva al lugar de la culpa o a la necesidad de dar explicaciones. Es más fácil asumir que nuestro ser querido murió por otra causa. En mi caso nunca negué el suicidio de mi madre pero sí busqué explicaciones que me dejaran afuera de la historia, como su enfermedad mental o las relaciones enfermizas dentro del seno familiar. Simplemente no me hice cargo y me enfoqué en generar un contexto diferente mirando hacia adelante. Todo eso me mantuvo ocupado durante diez años. La culpa estaba pero la negación la mantuvo a raya. Hasta que un día explotó con una fuerza acumulada por diez años. Ahí fue cuando aparecieron mis propios pensamientos suicidas y decidí buscar ayuda. Afrontamiento: La terapia y dos grupos de ayuda mutua me sirvieron para aceptar los hechos y mi responsabilidad en ellos. No es que esto disuelva la culpa, por el contrario, la muestra en carne viva, pero la verdad es el primer paso para el perdón. Y asumir nuestra historia sin maquillaje es un paso necesario para perdonarnos a nosotros mismos. No es un proceso lineal ni sencillo, a mí me llevó otra década llegar a un lugar en el que razonablemente me había perdonado. Reparación: Una de las cosas que descubrí en mi etapa de afrontamiento es que el pasado y la muerte son irreversibles. Por más vueltas que le diera lo que pasó, ya pasó, lo que haya hecho o dejado de hacer quedará así, y mi madre seguirá muerta. Nada de eso lo puedo cambiar. Pero si levanto la mirada puedo ver que hay muchas personas que están sufriendo y tal vez padeciendo pensamientos suicidas ahora mismo. A todas esas personas, o al menos a algunas, puedo brindarle la escucha, la contención y el acompañamiento que no le supe dar a mi madre. Así comencé a trabajar como voluntario en asistencia a personas en crisis o con pensamientos suicidas. Ayudar a otros brinda una paz y una satisfacción tan profundas que sólo quien lo experimenta puede entenderlo. Hoy ya hace once años que trabajo como voluntario en prevención del suicidio en varias asociaciones civiles y mi compromiso con la causa es cada vez mayor. Sin embargo, el voluntariado que se ejerce desde la reparación no deja de ser una carga. Si durante todos estos años me hubiesen preguntado porqué trabajé como voluntario, hubiera respondido: “se lo debo a mi madre”. Liberación: La liberación completa de la culpa la logré gracias a los grupos de Ayuda Mutua de Hablemos de Suicidio. No sabría explicar del todo cómo sucedió. Las primeras veces que compartí mi testimonio en el grupo lo hice de la forma más sincera que me salió, y en ese momento, eso significaba hacerme cargo de la muerte de mi madre. La culpa es un sentimiento muy extraño, se siente en soledad pero tiene mucho que ver con los otros. El pensamiento que subyace es “qué pensarán de mí los otros si supieran la verdad? Cuando uno cuenta la verdad, o su verdad tal como la sabe contar en cada momento, no frente a una persona sino frente a varias, y no pasa nada, la culpa se desvanece. Puede ser eso o puede ser este ejercicio que hacemos en cada reunión de mostrarnos vulnerables e imperfectos. Uno aprende a aceptar a los otros en toda su humanidad sin maquillaje y de ese modo aprende a aceptarse a sí mismo. Sea como fuera, hoy puedo decir que estoy orgulloso de mi historia. En primer lugar porque estoy vivo, y eso no todos lo logramos, y además porque supe transformar mi dolor en ayuda. En el futuro seguiré siendo voluntario en prevención del suicidio, pero ya no lo hago porque se lo debo a mi madre. Esa deuda ya está saldada. Lo hago por los otros, los que aún siguen sufriendo, y, fundamentalmente, lo hago por mí. Ver también: Asistencia Primaria en caso de Duelo por Suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio

  • El suicidio puede esperar

    Tengo 51 años, a los 4 años fui abusada por mi abuelo materno. Desde que nací fui rechazada por mi madre. Me golpeaba hasta dejarme ensangrentada en el piso. A los 16 años ella intentó ahorcarme con sus propias manos. Salí corriendo desnuda hacia la avenida. Ese fue mi primer intento de suicidio. Me casé, con la excusa de salir de la casa de mis padres, con un hombre golpeador y alcohólico. Me dejaba sola tanto tiempo que mis vecinos al verlo en casa pensaban que era mi amante. Con dos hijos de 4 y 5 años, me sentía tan desolada y sin salida que planifiqué mi suicidio y pensé llevarme a mis dos hijos conmigo. Pensaba que el mundo no se merecía a dos seres tan bellos. Necesitaba terminar el sufrimiento para los tres. Con todo preparado me dije a mi misma..... "podría esperar un día más y disfrutar este día como el último y mañana veremos que pasa"... Un día a la vez, fueron pasando los días y los años, después de 10 años de terapia mi lema sigue siendo "Un día a la vez". En esos 10 años de terapia pude sanar a mi mamá. Fue duro todo lo que me paso pero no se puede vivir con tanto dolor en el alma. A los 38 años quedé viuda. También pude sanar lo que pasó con mi esposo, el padre de mis hijos. Mi mamá y mi esposo murieron con dos meses de diferencia entre uno y otro. Ella de leucemia y él de un infarto. El amor por mis hijos fue mi fuerza, y también lo fue el acompañamiento de amigas. La ayuda de profesionales no me dejó hundirme en la depresión. La meditación y la terapia ayudaron mucho. En la actualidad mi vida es justo como la imaginé: rodeada de afectos, tengo todo lo que merezco. Trabajé muy duro en mi persona para eso. Pude alejarme de la violencia en todas sus formas. Mis hijos tienen 25 y 23 años, los dos están muy bien y sanos. Mi relación con ellos es buena, construimos vínculos muy fuertes. Gracias por permitirme compartir mi experiencia, soy personal de salud y trabajo en Salud Mental. Su comunidad me ayuda a entender esta problemática que también fue mía hace algunos años. Participé de un zoom hace un tiempo y me fue de mucha ayuda escucharlos y participar. Ver también: Dejanos tu Testimonio de superación en relación al suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

  • Alcohol, droga y pensamiento suicida

    24 de Junio: Día de lucha contra las drogas La relación entre el alcoholismo, la drogadicción y el pensamiento suicida está ampliamente documentada. Según la OMS el riesgo de suicidio para personas con consumo problemático de alcohol aumenta notablemente. Sin embargo, después de entrevistar a cientos de personas con pensamientos suicidas como asistente telefónico voluntario de personas en crisis, algunas de ellas con consumo problemático de alcohol o de drogas, encuentro otra relación. Lo que busca un adicto es una forma de evasión, salir de su realidad, encontrar, aunque sea sólo por un rato, una forma de aliviar su sufrimiento emocional. El pensamiento suicida no es diferente, busca lo mismo. El sólo hecho de pensar en el suicidio como una posibilidad real brinda cierta sensación de "control" y reduce la angustia emocional. Alcohol, droga y pensamiento suicida, vistos de este modo, serían distintos caminos para un mismo fin: evadirse de la realidad y calmar la angustia. El problema del alcohol y de las drogas es que funcionan: realmente el consumo de estas sustancias trae algún alivio transitorio y, como dijimos, también el pensamiento suicida. Por qué algunos eligen un camino u otro? no lo sé, pero como son caminos paralelos y no muy distantes es frecuente salirse de uno para entrar en el otro o transitarlos simultáneamente. Las personas con consumos problemáticos de sustancias tarde o temprano descubren que el consumo nunca es un “buen negocio”: la droga y el alcohol siempre piden más para dar cada vez menos a cambio. El consumidor problemático se encuentra entonces atrapado, el camino que eligió ya no le brinda el alivio que necesita, tiene que buscar la evasión y el alivio de otro modo, es entonces cuando se ve forzado a probar otro camino. Sin embargo, si pudiera ver todo el proceso como un observador imparcial que mira desde arriba el laberinto en el que él mismo está perdido, se daría cuenta de que la salida no está hacia adelante, que el alcohol, la droga y el pensamiento suicida nunca conducen al alivio duradero que prometen, más bien conducen a una muerte segura. La salida está, entonces, por donde se entró. Debe desandar el camino recorrido contra viento y marea, sabiendo además que en el regreso lo esperan todas las angustias que quiso evitar, incluso multiplicadas. Hace falta mucha fortaleza y mucho coraje, pero una vida libre de los condicionamientos de la droga, el alcohol y los pensamientos suicidas vale el esfuerzo. Ver también: Brindar Asistencia Primaria a Personas en Crisis con Posibles Pensamientos Suicidas Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

  • Escapar con lo puesto para no morir a causa de suicidio

    Tengo 50 años. La primera vez que intenté suicidarme tenía 12. Una vida de mierda. Una madre muy golpeadora. Viví mucha violencia en todos los aspectos por parte de ella. Mi vida tranquila era andar deambulando por las calles. Sufrí una violación, que siempre oculté, por parte de un policía. Hice pareja con un hombre mayor. Se suponía que estaría mejor y que comería a diario. Me llevaba 25 años, yo tenía 16 y él 41. La diferencia se hacía más grande al pasar los años. Y también la violencia de su parte. Tuve, gracias a él, dos intentos de suicidio. Dije basta. Una noche, con toda la violencia que él me hacía, abrí la puerta no miré atrás ni siquiera a mis tres hijos. Salí de ahí y no volví nunca más. Salí con lo puesto. Nunca pedí ni recuperé ni siquiera una ropa interior. Me fui en busca de vivir. Si, de seguir con vida, no en una vida en que moría cada día. Era muy tarde, el silencio de la noche me esperaba. Pisé la calle, respiré hondo y nunca giré a ver mi casa. Sabía que eso no era mío . Lo mío eran solamente mis pies, mi corazón y mi amor propio. Tenía 36 años. Sufrí violencia absoluta desde los 8 hasta los 36 años. Mis dos hijos más grandes se fueron conmigo. El más pequeño lo perdí. Tenía 12 años. Ese violento le dijo que le daría todo para que no lo dejara. Eso me partió el alma. Entré en depresión hasta que pude recuperarme. Tengo un hijo profesional, una hija con su vida, su casa y sus hijos. El niño que le dejé con su padre terminó siendo un delincuente. Estuvo 7 años preso. Este año salió ya hecho un hombre. Lo perdí cuando él tenía 12. A veces en el recuerdo lo busco con 12 años. Es como que en mi mente y mi corazón lo esperan con 12 años; y lagrimean mis ojos al no poderlo tener. Pero más allá de todo, hoy quiero vivir. Tengo tres hijos más y muchas ganas de vivir, abrazar, besar a mis hijos y acompañarlos en su crecer. Ver también: Dejanos tu Testimonio de superación en relación al suicidio Grupos Gratuitos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

  • Maltrato en la vejez y suicidio

    Cuando hablamos de prevención del suicidio solemos referirnos con especial énfasis al suicidio adolescente o juvenil. Esto no es casual, la adolescencia y la primera juventud suelen ser etapas muy conflictivas por lo que el riesgo de suicidio a estas edades se ve incrementado. Además, como adultos, nos sentimos responsables del cuidado de nuestros menores. Estos dos criterios, prevalencia y responsabilidad de cuidado, se podrían aplicar también a la tercera edad. Sin embargo, se habla mucho menos del suicidio en la vejez. Las tasas de suicidio a partir de los 65 años superan incluso a las tasas de suicidio de adolescentes y jóvenes, si a esto le sumamos una población de adultos mayores en crecimiento, la cantidad de muertes a causa de suicidio en la tercera edad pronto podría superar en número a las ocurridas en la adolescencia y la primera juventud. La otra cuestión es nuestra responsabilidad de cuidado. Insistimos en que el suicidio es un fenómeno más social y comunitario que individual. Esto es especialmente cierto para la tercera edad. Podríamos preguntarnos por qué esos adultos mayores, que supieron sobrevivir a todas las vicisitudes que seguramente tuvieron que transitar durante sus vidas, en un momento en el que deberían disfrutar del cuidado de la sociedad y de sus seres queridos, en vez de hacerlo, realizan un intento de suicidio muchas veces fatal. Los achaques y las enfermedades propias de la edad podrían explicar en parte que así sea, pero la variación en las tasas de suicidios de adultos mayores registradas en diferentes países nos hacen pensar que hay factores de riesgo más importantes que tienen que ver con las relaciones sociales. En particular, en nuestro país mueren cada año a causa de suicidio más de 11 adultos de entre 65 y 75 años por cada 100.000 habitantes, una cifra similar a la registrada en jóvenes de entre 15 y 24 años. Las cifras siguen creciendo con la edad llegando a casi 16 muertes anuales a causa de suicidio para adultos mayores de 85 años. Sabemos también que nuestros adultos mayores son víctimas de maltrato a diversos niveles. Muchos son obligados a vivir en condiciones de pobreza o indigencia, sin el adecuado acceso a los sistemas de salud pública que necesitan y en muchos casos mal alimentados o viviendo en condiciones insalubres. Las ayudas a las que deberían tener fácil acceso se alejan debido a trabas burocráticas y a las largas esperas a las que son sometidos. Además de este maltrato institucional, muchos reciben maltratos cotidianos también por parte de sus familiares, o directamente son abandonados y condenados a vidas solitarias. No podemos dejar de relacionar todo este maltrato institucional y familiar con las elevadas tasas de suicidio en la tercera edad. Es necesario tomar consciencia de este problema y asumir nuestra responsabilidad también en el cuidado de nuestros adultos mayores. Un gesto amable, una palabra afectuosa o tan sólo una mirada, pueden cambiar el día de un adulto mayor. Necesitan, como todos nosotros, sentirse acompañados, escuchados, tenidos en cuenta. Sentir que aún son parte de esta sociedad que parece querer excluirlos. Hacer un lugar para los adultos mayores en nuestras vidas nos enriquece a todos y nos aporta el contacto social que todos necesitamos para encontrarle sentido a nuestras vidas. Hacia una Sociedad más Altruista para Prevenir el Suicidio https://www.un.org/es/observances/elder-abuse-awareness-day https://ourworldindata.org/suicide

  • 9/6/2023: 56 años de Prevención Comunitaria del Suicidio en Argentina

    Homenaje a Alfredo Gazzano: Pionero de la Prevención Comunitaria del Suicidio en Argentina Hoy hay decenas de asociaciones que se dedican a la prevención comunitaria en el país. Quienes nos sumamos a ellas como voluntarios vemos con naturalidad que miembros de la comunidad, no profesionales, se involucren en el tema. Sin embargo, no siempre fue así. A pesar del trabajo de difusión que realizan las asociaciones civiles para la prevención del suicidio, éste sigue siendo un tema tabú para la gran mayoría de la población, uno de esos temas de los que la gente prefiere no hablar, por vergüenza, por miedo o por superstición. Demás está decir que, como pasó también con otros temas tabú, la situación hace unas décadas era mucho peor. Hasta los años 60’ el suicidio era un tema reservado a pocos profesionales de la salud mental. Esto no quiere decir que no ocurrieran suicidios. Sabemos que ocurrían y muchos. Por entonces, el doctor Alfredo Gazzano trabajaba en la unidad de psiquiatría del Hospital de Clínicas. Allí notó que muchos de los que ingresaban en el servicio lo hacían después de un intento de suicidio. Como profesional empleaba los conocimientos disponibles de su época para ayudar a esas personas, pero siempre tuvo la impresión de que su ayuda llegaba tarde. Muchos de sus pacientes quedaban con lesiones permanentes ocasionadas por sus intentos de suicidio; otros con las inevitables secuelas psicológicas de haber llegado tan lejos; y, por supuesto, algunos ni siquiera llegaban a la guardia porque morían antes como consecuencia de su intento de suicidio. La psiquiatría, como Alfredo Gazzano la conocía, estaba haciendo muy poco por esas personas que después de un sufrimiento emocional inimaginable llegaban a atentar contra su propia vida. En el mundo la situación no era mejor. Europa se estaba reconstruyendo luego del desastre que representó la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos se consolidaba como potencia iniciando la carrera espacial. Pero, detrás de esa fachada pujante y progresista, una pandemia silenciosa iba matando masivamente a causa de suicidio a los sobrevivientes de la guerra. El problema de la salud mental que antes estaba restringido a los hospitales y los consultorios se transformó en un problema social. Se hacía necesario tomar medidas que llegaran a toda la población. ¿Pero cómo? No había suficiente cantidad de profesionales para semejante tarea. Surge entonces la idea de la psiquiatría comunitaria: un grupo de profesionales podría formar a voluntarios no profesionales para que actúen como agentes de prevención en salud mental dentro de sus comunidades. Hubo varias experiencias de este tipo en Europa y Estados Unidos, algunas organizadas por hospitales públicos o privados, pero mayoritariamente impulsadas por asociaciones comunitarias. Paralelamente, el teléfono se volvió una tecnología de comunicación accesible y masiva por lo que algunas asociaciones organizaron servicios de asistencia telefónica para personas en crisis o con pensamientos suicidas atendidos por voluntarios no profesionales. Alfredo Gazzano estaba informado de todas estas iniciativas, pero además viajó para verlas funcionar en directo. A partir de estas experiencias fundó la primera asociación civil para la prevención del suicidio del país en la ciudad de Buenos Aires en 1967. El Centro de Asistencia al Suicida no solo administraba una línea telefónica para personas en crisis o con riesgo de suicidio, también formó a muchas personas dentro y fuera de la institución que multiplicaron su acción comunitaria con modalidades similares o, en ocasiones, muy diferentes. Desde Hablemos de Suicidio ONG tomamos la antorcha para continuar este legado. Así como los pioneros en la prevención comunitaria del suicidio usaron las tecnologías disponibles en su época (como lo fue el teléfono en su momento) nosotros nos valemos de la videoconferencia y los contenidos digitales. Sin embargo el objetivo sigue siendo el mismo: que todo aquel que se sienta agobiado por un sufrimiento emocional que parece insoportable, tenga al menos la oportunidad de encontrar la escucha, la contención y el acompañamiento que necesita. Ver también: Prevención Comunitaria del Suicidio Ayuda por Crisis Emocional o Emergencia Sumate al Voluntariado de Hablemos de Suicidio ONG

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