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¿Cómo escucho si el otro no habla?


Yo escucho, lo que pasa es que el otro no quiere hablar…


Cuando hablamos de escucha activa es frecuente que alguien argumente: “Yo estoy dispuesto a escuchar, lo que pasa es que el otro no se abre, no quiere hablar de lo que le pasa ni de lo que siente” Esta circunstancia puede generar un sentimiento de impotencia, mayor aún cuando ese otro es un ser querido del que además sabemos o intuimos que le está pasando algo e incluso que podría tener fantasías de muerte o pensamientos suicidas.


No es posible dar una respuesta única frente a este argumento. Las circunstancias reales pueden ser tan variadas como lo son las relaciones humanas. En primer lugar debemos aceptar que nuestro interlocutor siempre tiene derecho a preservar su intimidad. A elegir hablar, no hablar o con quién hablar. Aunque esto pudiera herir nuestro orgullo, más tratándose de un amigo íntimo o un familiar cercano. Debemos aceptar que es posible que determinados temas, por diferentes motivos, prefiera hablarlos en otro ámbito, con otras personas o incluso no hablarlos.

 
No obstante, en algunas circunstancias, o tal vez deberíamos decir en muchas, hay acciones concretas que conspiran contra una buena comunicación. Estas acciones, repetidas en el pasado, pueden ocasionar que nuestro interlocutor no se sienta cómodo al hablar con nosotros de cuestiones íntimas; o, si ocurren durante una charla, hagan que “se cierre”, deje de contar lo que estaba contando o prosiga con un aire de liviandad, como quitándole importancia al asunto. A estas acciones específicas las llamamos “Trabas para la Escucha Activa” y lamentablemente son muy frecuentes.

 
No nos cansamos de insistir en que la confianza mutua es condición necesaria para la escucha activa, más aún tratándose de temas tan íntimos como el sufrimiento emocional o el pensamiento suicida. Esta confianza mutua, al menos en lo que hace a la capacidad de escucha, se suele deteriorar con estas acciones. Por ese motivo es importante cuidarnos de ellas no solo cuando pretendemos asistir a una persona en crisis o con pensamientos suicidas sino todo el tiempo y con todas nuestras relaciones. Si no lo hacemos así, reconstruir la confianza para que la escucha sea posible en el momento en que más se la necesita será más difícil.


No obstante, de nada sirve mirar lo que se hizo mal o se pudo hacer mejor quedándonos solo en el pasado. La confianza mutua en una relación siempre se puede reconstruir. Especialmente si uno tiene la capacidad y la apertura mental para hacer una autocrítica y operar genuinos cambios en la forma de escuchar. Lo primero será estudiar cómo escuchamos e identificar las trabas para la escucha activa en nuestra manera de escuchar.


Los trabas más frecuentes son:


Criticar


A nadie le gusta ser criticado, que nos digan que lo que hacemos, decimos o pensamos está mal, que no respeten nuestras opiniones, nuestras creencias, nuestro estilo de vida o nuestra manera de estar en el mundo. Asumimos la crítica como un ataque directo a nuestro ser, entonces nos ponemos a la defensiva. Por eso mismo es raro que una crítica, o una evaluación negativa de nuestros actos, pensamientos o sentimientos, dé lugar a un cambio positivo. Con mucha más frecuencia quien es criticado se afianza en su postura y así desafía a quien lo critica. 


Sin embargo, y aunque sabemos que la crítica no es efectiva para generar cambios positivos, insistimos en criticar a quienes pretendemos ayudar. Las críticas más destructivas son las que afectan aspectos difíciles de modificar como rasgos de personalidad, por ejemplo: “¿Y qué querés con ese carácter?”; o acciones del pasado, por ejemplo: “Con lo que hiciste, ¿qué esperabas?”. Pero incluso las críticas mejor intencionadas que buscan cambios posibles a futuro como: “No me gusta como estás manejando esta cuestión”, también suelen generar actitudes defensivas y desde ya bloquean toda posibilidad de escucha activa profunda.


Aún en los casos en que creemos que la crítica es necesaria para promover un cambio necesario e incluso urgente, por ejemplo: “Eso te pasa por no ir al médico”. Debemos saber que su efectividad es muy baja también en estos casos. Existen otros métodos desde la escucha activa. Ver Pensar con el otro en la escucha activa.


Dar consejos no solicitados


Aconsejar no es lo mismo que criticar, pero se le parece mucho. Cuando le decimos a alguien: “Yo en tu lugar haría esto” también le estamos diciendo: “¿Por qué no lo hiciste vos?” y, de algún modo: “Yo sé lo que es bueno para vos incluso mejor que vos mismo”. El consejo puede ser aceptable en las relaciones de asistencia como los padres con los hijos menores o el médico con su paciente. En la escucha activa entre adultos, el consejo siempre marca una asimetría que con frecuencia es rechazada por quien queda en situación de inferioridad. El vínculo de confianza mutua para que una escucha activa profunda sea posible, requiere de que ambos interlocutores se perciban como pares, independientemente de que, circunstancialmente, uno escucha y otro es escuchado, por eso los consejos no ayudan a afianzar esta paridad.

Desde ya que hay formas más duras y agresivas que el concejo que tampoco son compatibles con la escucha activa, como las órdenes: “Hace esto”, o las amenazas “Si no haces esto vas a terminar mal”. Y también formas más sutiles que no dejan de ser consejos encubiertos como las sugerencias del tipo: “¿Y si hicieras esto?”, que, aunque siempre son preferibles, no dejan de ser consejos encubiertos. 

De todas estas formas, la orientación y las experiencias compartidas son las que menos afectan la paridad en la escucha, ya que aportan información respetando la libertad de decisión del otro: “Existe la posibilidad de que hagas esto”, o bien “En circunstancias similares a mí me sirvió hacer esto”.
 
Sin embargo, además de la cuestión de la paridad, hay otra razón para que todas estas formas resulten perjudiciales para la escucha. Así como las preguntas abiertas y las invitaciones a seguir hablando promueven el diálogo, los consejos en todas sus formas lo cierran. Quien plantea un problema y recibe una devolución de este tipo suele pensar: “Bien, esto es todo lo que tenías para decirme”, y no se siente motivado para aportar más información. Por eso, incluso la orientación o la experiencia compartida se deberían reservar para luego de que el interlocutor haya podido exponer ampliamente su situación.

Juzgar

Cuando escuchamos una historia abreviada o incompleta, es normal que nuestra mente genere suposiciones para “completar” la información que falta. Esto nos permite encontrarle sentido a lo que de otra forma no lo tendría. Nuestra necesidad de “entender” la situación hace que estas suposiciones sean inevitables. Sin embargo, en la escucha activa, debemos estar atentos para poder distinguir lo que nosotros suponemos de lo que realmente se dijo, y, en todo caso, confirmar o corregir estas suposiciones con preguntas abiertas. Si no lo hacemos, si caemos en el error de asumir nuestras suposiciones como verdades, se generan una serie de circunstancias que también actúan como trabas para una escucha activa. A estas suposiciones que tomamos como ciertas sin verificarlas las llamamos “juicios previos”.

Los juicios previos afloran en algún momento de la entrevista en afirmaciones implícitas o explícitas, como por ejemplo: “Si hubieras estudiado te hubiera ido mejor en el examen”, cuando el interlocutor solo dijo que le fue mal en el examen, no que no haya estudiado; o bien: “Supongo que para la próxima te vas a preparar mejor”, cuando tampoco mencionó que tuviera otra oportunidad para rendir o se hubiera preparado mal. Todas estas confusiones, que pueden causar ofensa o al menos la sensación de no estar siendo escuchado, pueden evitarse si nos tomamos el trabajo de hacer algunas preguntas abiertas como por ejemplo: “¿Cómo te preparaste para el examen?” o “¿Qué pensás hacer de aquí en más?”.

Los juicios previos más frecuentes, y los que suelen ser más perjudiciales, son los que se basan en nuestros prejuicios. Todos tenemos prejuicios y es importante conocerlos para no actuarlos en la escucha activa. Ver también: Conocer Nuestros Prejuicios en la Escucha Activa


No prestar atención


Cuando hablamos de ese vínculo de confianza mutua necesario para la escucha activa nos referimos a que quien escucha confía en que su interlocutor realmente necesita la ayuda que está pidiendo y a su vez a que quien es escuchado confía en el real deseo de ayudar del otro. El primer paso para lograr esto es la atención. La situación del otro nos tiene que importar, pero además el otro debe saber que su situación nos importa. A este doble juego nos referimos con prestar atención. Para que el vínculo pueda construirse la atención debe ser previa al pedido de ayuda, son las circunstancias cotidianas las que demuestran, o no, que el otro nos importa. Preguntar frecuentemente por su situación y mostrarnos interesados en sus actividades o cuando nos cuenta algo, sin duda ayuda en esta construcción de confianza mutua, pero en el momento particular de la escucha, nuestra atención debe ser mayor.


No prestar atención durante la escucha puede llevarnos a volver a preguntar lo que ya se dijo, a preguntas inapropiadas por no entender cuales son las cuestiones centrales de la angustia o preocupación del otro, a malinterpretar sus dichos, o a no entender sus sentimientos. Todo esto genera en el otro la sensación de no estar siendo escuchado y, por supuesto, perjudica gravemente la escucha activa. Ver también: Prestar Atención en la Escucha Activa.


Bloquear las emociones o pensamientos


Una buena escucha activa debería permitir que quien es escuchado pueda contar y expresar sus angustias y sus pensamientos más oscuros, incluso sus pensamientos suicidas si los hubiera. Sin embargo eso depende de hasta dónde quien escucha está dispuesto a permitirlo. Muchas personas, incluso con buenas intenciones, bloquean deliberadamente estas expresiones emocionales con frases como: “No digas esas cosas”, “No llores”, “Me hace mal verte tan angustiado”, “Tenés que dar vuelta la página y cambiar la cara”,  “Ya va a pasar”, “No es tan grave”, “Vás a ver que las cosas van a mejorar”, y todo un repertorio de frases hechas y presuntos consuelos cuyo objeto real no es que el otro se sienta mejor sino que su emoción no nos contagie.


Es que escuchar y presenciar expresiones emocionales de angustia o desesperación no es fácil ni agradable. Inevitablemente, algo de la emoción del otro nos llega, pero debemos estar dispuestos a pagar ese precio si realmente nos interesa brindar una escucha profunda.


Algunas veces el bloqueo de emociones o pensamientos es mucho más sutil que en los ejemplos dados pero igualmente efectivo para evitar que nuestro interlocutor se exprese sobre lo que más le duele, como por ejemplo se cambia el tema con una pregunta. Ver: Dirigir la Entrevista en la Escucha Activa


Otra forma de bloquear pensamientos o sentimientos del otro es el desborde emocional. Cuando nuestro interlocutor percibe que lo que está contando o lo que está expresando nos afecta gravemente es muy probable que se limite en su discurso o su expresión emocional para cuidarnos él a nosotros. Se produce entonces una inversión del orden de la ayuda, quien está siendo escuchado asume el rol de cuidador y minimiza sus propios problemas o su angustia para no afectar a quien escucha. Para evitar que esto suceda debemos medir nuestras expresiones. Nuestro interlocutor debe saber que lo que a él le pasa nos afecta, pero no al grado de no poderlo escuchar.


En el otro extremo, negar o minimizar los problemas o los sentimientos del otro, en muchos casos también para protegernos a nosotros mismos de la angustia que nos produciría aceptarlos, también hace que nuestro interlocutor no se sienta escuchado o comprendido y pierda motivaciones para seguir contando.


Resumen


Las situaciones cotidianas en las que se puede brindar escucha activa a una persona que transita una crisis emocional o sufre pensamientos suicidas suelen no ser tan formales como una sesión de terapia o incluso una reunión de Grupos de Ayuda Mutua para Personas afectadas por el drama del Suicidio. Puede ocurrir en la convivencia diaria en el hogar, en el ambiente de trabajo, en una charla de pareja o en cualquier otra situación. Sin embargo, e independientemente de la relación de amistad o parentesco que exista, el hecho de que una persona confíe en nosotros para hablarnos de un sufrimiento muy íntimo o pensamientos difíciles de confesar como las ideas suicidas siempre debe verse como una oportunidad invalorable para la ayuda. Para no desperdiciarla es bueno evitar estas trabas para la escucha activa: No criticar, no dar consejos no solicitados, prestar atención y no bloquear emociones o pensamientos. Además, el hecho de que esta oportunidad invalorable se produzca va a depender del vínculo de confianza mutua que previamente hayamos construído. Por eso, si estas pocas recomendaciones se aplican siempre, en todas las circunstancias y con todas las personas de nuestro entorno, la probabilidad de que  el pedido de ayuda frente a una crisis emocional o al pensamiento suicida se produzca, será mayor.
 

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