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Pensar con el Otro en la Escucha Activa

 

Guía para participantes en grupos de ayuda mutua por temas relacionados con el suicidio

 

Los objetivos de la escucha activa son entender al otro en profundidad y que a su vez el otro se sienta comprendido. Esto demanda un trabajo mayor que solamente escuchar lo que el otro me viene a decir: debemos prestar atención y asegurarnos de que el otro lo note (Ver Prestar Atención en la Escucha Activa), pero además debemos generar un ambiente hospitalario donde el otro pueda decir mucho más. Necesitamos conocer sus motivaciones, sus anhelos, sus problemas, sus frustraciones y su particular forma de ver la vida. Como indicamos en Evitar Consejos y Críticas en la Escucha Activa, de poco le servirá al otro mi manera de resolver los problemas. Si realmente pretendo ayudarlo, el camino es conocerlo. Conocer también sus recursos y su manera de pensar las cosas que le pasan. Solo desde este lugar puedo comenzar a pensar junto a él o ella y acompañarlo para encontrar sus propias respuestas. 

 

Lo fundamental en este camino de acompañamiento es escuchar y respetar el modo de pensar de nuestro interlocutor. Existen algunos recursos que facilitan el acercamiento.

 

Hablar con las palabras de nuestro interlocutor

 

Usar las palabras de nuestro interlocutor nos predispone a ingresar en su forma de pensar y genera en el otro la certeza de que está siendo escuchado. Podemos incluir estas palabras tomadas del discurso ajeno en preguntas, comentarios, resúmenes y hasta al confrontar los dichos de nuestro interlocutor; en todos los casos el efecto positivo para el acercamiento entre quien escucha y quien es escuchado se verifica. Por ejemplo, si nuestro interlocutor dice: “Nunca me llevé bien con mi padre”, podíamos responder:

 

Como pregunta: “¿A qué te referís con ‘no llevarte bien con tu padre’?” 

 

Como comentario: “‘No llevarse bien con los padres’ es algo que afectaría a cualquiera”.

 

Como resumen: “Vos dijiste que ‘nunca te llevaste bien con tus padres’, y antes habías dicho que no te llevabas bien con tus hermanos y tampoco con tu ex, ¿se te ocurre algún factor común que explique la dificultad de todas estas relaciones?”

 

Como confrontación: “Vos dijiste que ‘nunca te llevaste bien con tu padre’, pero antes habías dicho que cuando eras chico pasaban mucho tiempo juntos y que vos la pasabas bien, ¿estás seguro de que ‘nunca se llevaron bien’?

 

Además, repetir las palabras de nuestro interlocutor es como subrayar una frase en un texto escrito. La frase repetida cobra otra relevancia. Es una forma de invitar al otro a continuarla. Por ejemplo, tan solo decir: “Así que nunca te llevaste bien con tus padres”. podría resultar suficiente para que nuestro interlocutor amplíe o explique sus dichos.

 

En todos los casos la repetición casi textual hace que el otro tome nota de que estamos intentando comprender sus dichos e invitándolo a reflexionar sobre sus propias ideas, no tratando de imponer las nuestras.
 

Acordar con las ideas, creencias y valores de nuestro interlocutor

 

Repetir palabras ayuda, pero para que el otro sienta que además de entender su discurso queremos acompañarlo desde su propia manera de pensar será necesario que manifestemos un completo acuerdo con sus dichos. Este es uno de los puntos más controvertidos de la escucha activa, pero también uno de los recursos más eficientes. Tenemos una tendencia natural a defender nuestras ideas, nuestras creencias y nuestros valores. Quienes comienzan a entrenarse en las habilidades de la escucha activa se preguntan: “¿Por qué tengo que abandonar lo que creo que es verdadero o justo?” La respuesta es que nadie está pidiendo eso, solo se pide que lo dejemos a un lado para poder escuchar. Aún en el caso de que creamos firmemente que el otro está gravemente equivocado y que esa equivocación podría acarrear daños para él mismo o para terceros, la confrontación entre nuestras ideas y las suyas no solucionará nada. Por el contrario, cuando aparece el enfrentamiento y la discusión, la escucha se hace imposible, y con ella también se pierde una oportunidad de que el otro cambie su postura de la única manera que los seres humanos cambiamos, desde adentro, desde nuestras propias ideas y convicciones.

 

Acordar no significa defender ni justificar las posturas del otro sino aceptar que el otro puede tener ideas, creencias y valores muy diferentes a los míos, y que deberá construir su vida a partir de ellos o cambiarlos por él mismo desde el reconocimiento de ese punto de partida. Es aceptar, también, que mis propias ideas, creencias y valores no son universales y que de poco le servirán al otro para encontrar sus propias respuestas. Con un ejemplo podremos entender mejor cómo el acuerdo es siempre la mejor opción. Supongamos que nuestro interlocutor nos dice. “Este mundo es un desastre, la gente es egoísta por naturaleza, a nadie le importa nada del otro, si no fuera así no habría tantas guerras, atropellos y traiciones. La única salida que veo es el suicidio”. Probemos dos respuestas posibles:

 

Confrontación: “No es verdad, los conflictos son excepciones, la mayoría de las personas buscan la paz y la armonía con sus semejantes, las personas son solidarias por naturaleza. Suicidarse no es la solución a los problemas”.

 

Acuerdo: “Entiendo lo que decís, en el mundo hay muchas calamidades e injusticias causadas por nosotros mismos. Entiendo también que a una persona tan sensible por el dolor ajeno como vos todo esto la angustie tanto como para pensar en el suicidio. Solo me pregunto: ¿qué será de este mundo si las personas sensibles y solidarias como vos eligen el suicidio? Respeto tu decisión, pero, en lo personal, me daría mucha pena que te rindas y dejes de luchar por los valores en los que crees”.

 

La experiencia indica que las respuestas que buscan la confrontación solo logran que el interlocutor refuerce sus argumentos en una actitud defensiva, o bien se enoje e interrumpa el diálogo. En cambio, desde un acuerdo, al menos en los fundamentos del pensamiento, se pueden lograr nuevos pequeños cambios de postura.

 

Confrontar con el otro o que el otro confronte con sí mismo

 

En el apartado anterior mencionamos a la confrontación con nuestro interlocutor como un error que podría perjudicar o incluso interrumpir la escucha activa, sin embargo, en los ejemplos de “hablar con las palabras del otro”, habíamos mencionado a la confrontación como una herramienta válida y agregamos aquí que en realidad es muy útil. ¿Cuál es la diferencia? ¿Hay confrontaciones buenas y malas? En realidad hay confrontaciones que perjudican la escucha y otras que son útiles para dinamizar el pensamiento del entrevistado. La diferencia está en quienes confrontan. Confrontar nuestras ideas, creencias o valores con las del entrevistado es siempre perjudicial para la escucha, hacer que nuestro entrevistado confronte sus propias ideas, creencias o valores puede ayudar a que lo podamos entender mejor y, fundamentalmente, para que él se pueda entender mejor. En esta página ya planteamos dos ejemplos válidos. 

 

En el primer caso se intenta desenmascarar un pensamiento totalizador. Las emociones fuertes hacen que muchas veces pensemos en términos de todo o nada. Por ejemplo: “Nunca me llevé bien con mi padre”. Estas frases que suelen decirse desde la angustia o desde el enojo casi nunca reflejan la percepción real de quienes las dicen. De hecho, es muy probable que el propio hablante mencione excepciones. No sería prudente confrontar a nuestro interlocutor con nuestra visión de esa cuestión, pero sí puede resultar útil confrontarlo con sus propios dichos para sacarlo del pesimismo que encierran las frases totalizadoras.

 

El segundo ejemplo está en el apartado anterior, pero no señalado como “confrontación” sino como “acuerdo”. En sí la respuesta propuesta plantea un acuerdo casi completo con los dichos del interlocutor, pero también señala una contradicción interna en su discurso. El interlocutor dice que a nadie le importa del otro pero a su vez se muestra él mismo angustiado por los problemas del mundo al punto de pensar en el suicidio. La respuesta en forma sutil le muestra la contradicción de su propio discurso. 

 

Es natural que las personas defiendan su forma de pensar, por eso confrontarla con la forma de pensar de otro genera conflictos, pero todos aspiramos a tener nuestras propias ideas ordenadas y coherentes, por eso la confrontación con las propias ideas es en general bien aceptada.

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