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Evitar Consejos y Críticas en la Escucha Activa

 

Guía para participantes en grupos de ayuda mutua por temas relacionados con el suicidio

 

Así como algunas acciones de nuestra parte favorecen o mejoran la escucha, también hay otras que la perjudican o la bloquean por completo. Nos referiremos aquí a las dos acciones más frecuentes, que casi siempre se ejercen con buenas intenciones pero que han demostrado ser muy perjudiciales para la escucha: Los consejos, especialmente cuando se dan en forma apresurada y las críticas, incluso las más sutiles o disimuladas.

 

¿Qué le pasa a nuestro interlocutor cuando damos consejos apresurados?

 

Para entender la escucha activa debemos hacer el ejercicio de ponernos en el lugar del otro. Por eso, cambiaremos la pregunta: ¿Qué nos pasa a nosotros mismos cuando queremos contar un problema que nos preocupa o una situación angustiante y lo primero que recibimos es un consejo? Algunas de las respuestas que nos han dado a esta pregunta son: Siento que no me escuchan, que no les interesa lo que iba a decir, que me quieren sacar del medio, que no entienden mi problema, que me creen tan tonto como para que esa supuesta solución no pudiera ocurrírseme a mí, que me quieren imponer su forma de resolver los problemas, que me están culpando por no hacer nada con lo que me pasa, que no valoran la importancia de mis problemas, que me interrumpen porque realmente no me quiere escuchar. Seguramente quien da ese consejo inoportuno y muchas veces inapropiado lo hace con la mejor intención de ayudar, pero lo que suele producir es un bloqueo a veces irrecuperable a la comunicación.

 

¿Qué hacemos entonces? ¿Dejamos que el otro se quede con su problema? ¿Le negamos una ayuda que tal vez le sirva? Esto también sería inapropiado. La cuestión está en el cuándo y el cómo. No se trata de pensar “por” el otro sino de pensar “con” el otro. Esto que puede parecer un juego de palabras representa un cambio fundamental de paradigma en la escucha. Cuando pensamos “por” el otro lo invadimos, asumimos el control de su vida, le decimos lo que tiene que hacer, ignoramos su libertad de decisión y su dignidad, no lo tenemos en cuenta; a cambio solo podemos esperar un alejamiento o una actitud defensiva. Pensar “con” el otro es respetar, acompañar y sostener. El resultado suele ser mucho más fructífero, pero el camino es más largo. Para pensar con el otro primero deberíamos conocer y entender su forma de pensar, y para eso debemos escuchar y hacer preguntas abiertas que no incluyan juicios ni consejos. Este tipo de escucha genera un vínculo de confianza mutua entre quien escucha y quien es escuchado donde las ideas comienzan a entrar en sintonía. No debería sorprendernos escuchar al otro proponer las mismas acciones que nosotros le hubiéramos aconsejado.

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Ése es el consejo que realmente sirve, el que cada uno se da a sí mismo. Es el que realmente nace de adentro y muy probablemente se ponga en práctica. Si esto no funciona habrá que insistir con la escucha y a lo sumo mostrar un camino como posibilidad, pero nunca ponernos en un plano de superioridad para indicarle al otro lo que tiene que hacer. Ver también Pensar con el otro en la Escucha Activa.

 

¿Qué le pasa a nuestro interlocutor cuando en lugar de escucharlo lo criticamos?

 

La respuesta a esta pregunta es más sencilla aún. Todos lo sabemos porque a todos alguna vez nos pasó. Cuando nos sentimos juzgados, nos sentimos atacados, nos enojamos y nos ponemos a la defensiva. Por eso, la crítica o el juicio de valor negativo es la acción más perjudicial para la escucha activa. Sin embargo, como los consejos, las críticas también son frecuentes y en la mayoría de los casos se realizan con buenas intenciones aunque con pésimos resultados.

 

La lógica que se oculta detrás de las críticas en circunstancia de escucha es bastante simple. Parte también, como en el caso de los consejos, del supuesto de que, si alguien está angustiado por un problema, hay que solucionar el problema para que la angustia desaparezca. Lo que se agrega a este razonamiento para justificar la crítica es el supuesto de que el origen de ese problema es, de algún modo, la misma persona que lo sufre, por algo que hizo mal o que está haciendo mal. Desde esta óptica, nos proponemos cambiar eso que el otro hace mal para liberarlo del problema y de la angustia; y la forma más directa que se nos ocurre es mostrándole su defecto o su error. 

 

Todo este razonamiento está plagado de inconsistencias. En primer lugar, cuando nos cuentan una angustia profunda, especialmente cuando esto ocurre en medio de pensamientos suicidas, aunque nuestro interlocutor relacione su angustia con un problema específico, la cuestión suele ser mucho más profunda por lo que, aún si pudiéramos solucionar el problema que actuó como disparador, el alivio que se lograría sería solo momentáneo. Por otra parte, aunque pensemos que el otro debería hacer ciertos cambios para estar mejor, por ejemplo iniciar una terapia, tener una vida social más activa o cambiar su forma de relacionarse, criticarlo por no hacer estos cambios no servirá para incentivarlo, por el contrario, solo generará oposición, enojo y bloqueará la escucha. 

 

Las críticas más dolorosas y las que producen mayor oposición son aquellas que apuntan a lo que no se puede cambiar, ya sea porque quedó en el pasado: “No deberías haber hecho eso” o porque lo consideramos parte constitutiva de nuestro propio ser: “Vos también, ¿qué esperabas con ese carácter?”. Pero la regla básica es que toda crítica genera una actitud defensiva por lo que deben evitarse.

 

Las críticas siempre parten de no reconocer y aceptar al otro como una persona diferente. Con su propia manera de ver el mundo, de pensar y de sentir. Queremos que el otro solucione sus problemas como nosotros solucionamos los nuestros, que emplee nuestros recursos y no los propios, aunque sabemos que esto es imposible, porque el otro es el otro y cuenta con sus propios recursos diferentes a los nuestros. Solo una escucha activa y profunda nos permitirá conocer al otro en profundidad, saber de sus anhelos, sus dificultades y sus potencialidades. Solo una escucha activa y profunda nos permitirá establecer ese lazo de confianza mutua necesario para que el otro sepa que no estamos aquí para juzgarlo y atacarlo sino para ayudar. Solo desde ese lugar de confianza y conocimiento se puede iniciar un camino codo a codo en el que nuestra voz no se escuche como imposición sino como acompañamiento y sostén.
 

Consejos y críticas disimuladas

 

Aún cuando nos propongamos no criticar a nuestro interlocutor ni darle consejos, nuestros hábitos de comunicación suelen ser más fuertes por lo que los consejos y las críticas podrían aparecer disfrazadas como preguntas o comentarios. Veamos las distintas formas con un ejemplo:

 

Como crítica: “Eso te pasa porque nunca vas al médico”.

 

Como consejo: “Tendrías que ir a ver a un médico”.

 

Como pregunta: “¿No fuiste al médico?”.

 

Como comentario: “Ante esos síntomas hay que consultar a un médico”.

 

Si hacemos el ejercicio de ponernos en el lugar del otro que está con un problema de salud y escucha estas expresiones no cabe duda de que las últimas son menos invasivas que las primeras por lo que son preferibles, pero el mensaje es básicamente el mismo y todas ellas son en algún grado invasivas porque se le está diciendo al otro lo que debe hacer. Como vimos antes esto es perjudicial para la escucha especialmente cuando el vínculo de confianza mutua entre quien escucha y quien es escuchado no es suficientemente sólido. Por eso siempre son preferibles preguntas más abiertas, por ejemplo: “¿Y qué pensás hacer con eso que te pasa?”.

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