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La vergüenza frente al pensamiento suicida


La vergüenza frente al pensamiento suicida

Algo que muchas personas no entienden sobre el pensamiento suicida, especialmente aquellos que te dicen: “No tenés que pensar en esas cosas”, es que es involuntario. Como doblarse un tobillo o resfriarse. Nadie lo busca, pero a veces nos pasa. Sin embargo, nadie se avergüenza de un resfriado o de un esguince de tobillo, pero sí de pensar en el suicidio. En realidad nos avergonzamos por mucho menos: Cuando alguien nos pregunta cómo estamos respondemos sin pensar: “Bien, gracias”. Hasta los más mínimos problemas emocionales nos dan vergüenza.


En particular, pensar en el suicidio es muy vergonzante. Tanto es así que la mayoría de las líneas de asistencia a personas en crisis o con pensamientos suicidas en el mundo ofrecen un servicio anónimo para que las personas se animen a hablar de lo que les está pasando. Prácticamente como si de confesar crímenes se tratara. Aunque sabemos que es algo bien distinto, que no somos culpables de lo que sentimos, que simplemente es algo que nos viene, que nos pasa.


Además de la vergüenza, el pensamiento suicida genera otras emociones, casi siempre desagradables: preocupación, miedo, pérdida de la autoestima, etc. Pero la vergüenza ante el pensamiento suicida, en particular, es una emoción muy peligrosa, porque nos silencia, nos aísla, nos hace pensar que nadie puede entendernos o que a nadie le importa lo que nos está pasando y, en definitiva, nos impide pedir ayuda. Algunas veces la vergüenza es tan intensa que ni siquiera frente a un espejo podemos confesar lo que sentimos. Yo en particular pasé casi una década negando y negándome mis pensamientos suicidas, tapándolos con trabajo y otras formas de evasión. Incluso cuando la presión fue insoportable y el miedo a cometer un acto suicida fue mayor que la vergüenza, busqué ayuda tímidamente, tratando de que nadie se entere. Recién hoy, tres décadas después de mis primeros pensamientos suicidas y razonablemente recuperado, me doy cuenta de que el silencio es peligroso, no solo para mí mismo, también para otras personas que en estos momentos podrían estar pensando, como yo lo pensaba, que sólo a ellos les vienen estos pensamientos.


Algunas estimaciones señalan que la mitad de los seres humanos tienen, tuvieron o tendrán pensamientos suicidas serios en algún momento de sus vidas. Sin embargo, de eso no se habla. Y no hablarlo no es gratuito: condena a todas esas personas a una situación de aislamiento amparada en la falsa creencia de que sólo a cada uno de ellos les pasa. Para que esto no siga ocurriendo debemos animarnos a hablar. De eso se trata Hablemos de Suicidio, de dejar la vergüenza a un lado, de empoderarnos y enorgullecernos de nuestras propias experiencias para ayudarnos y a su vez ayudar a otros, de reconocernos y reconocer a otros como sobrevivientes de nuestros propios pensamientos suicidas y, desde la fortaleza que nos genera esta nueva visión, comenzar a derribar el tabú que pesa sobre el tema del suicidio y que nos mantuvo aislados y en silencio por tanto tiempo.

 

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