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Procesar la culpa en un duelo por suicidio


Procesar la culpa en un duelo por suicidio

¿Y si le hubiera dicho esto?, ¿o aquello? ¿Y si no le hubiera dicho esto otro? ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Por qué no supe interpretar esa señal? ¿Por qué hice esto? ¿Por qué no hice lo otro?... Todas estas preguntas y otras más por el estilo dan vueltas por la cabeza de los que perdimos a un ser querido a causa de suicidio, algunas veces durante años. Detrás de cada una de ellas se esconde la culpa, una culpa profunda, muchas veces inconfesable y que puede llegar a ser desgarradora. De nada sirven las explicaciones, por muy razonables que parezcan: “fue su decisión”, “no podemos hacernos responsables de la vida de otro”, “nadie se puede imaginar una cosa así”, “hiciste lo que pudiste en su momento con las herramientas que tenías”, “no tenemos que juzgar el pasado con los recursos de hoy”, etc. La culpa es un sentimiento visceral, no escucha razones ni explicaciones, simplemente se siente en las entrañas. Y además es un sentimiento muy destructivo y peligroso. A mí me llevó al pensamiento suicida.


Procesar la culpa puede ser un proceso largo y tortuoso, puede incluso durar el resto de nuestras vidas. No obstante siempre hay cosas que se pueden hacer. No tengo una receta, solo puedo comentar los recursos que yo usé en mi propio proceso a partir de la muerte de mi madre a causa de suicidio, cuáles me fueron útiles y cuáles no.


Negación: La culpa por la muerte de un ser querido a causa de suicidio puede ser una carga imposible de soportar, y la negación puede ser un mecanismo necesario para seguir adelante. He conocido a personas que, pese a la evidencia, niegan directamente los hechos. La palabra “suicidio” es muy intimidante, porque de una forma u otra siempre nos lleva al lugar de la culpa o a la necesidad de dar explicaciones. Es más fácil asumir que nuestro ser querido murió por otra causa. En mi caso nunca negué el suicidio de mi madre pero sí busqué explicaciones que me dejaran afuera de la historia, como su enfermedad mental o las relaciones enfermizas dentro del seno familiar. Simplemente no me hice cargo y me enfoqué en generar un contexto diferente mirando hacia adelante. Todo eso me mantuvo ocupado durante diez años. La culpa estaba pero la negación la mantuvo a raya. Hasta que un día explotó con una fuerza acumulada por diez años. Ahí fue cuando aparecieron mis propios pensamientos suicidas y decidí buscar ayuda.


Afrontamiento: La terapia y dos grupos de ayuda mutua me sirvieron para aceptar los hechos y mi responsabilidad en ellos. No es que esto disuelva la culpa, por el contrario, la muestra en carne viva, pero la verdad es el primer paso para el perdón. Y asumir nuestra historia sin maquillaje es un paso necesario para perdonarnos a nosotros mismos. No es un proceso lineal ni sencillo, a mí me llevó otra década llegar a un lugar en el que razonablemente me había perdonado.


Reparación: Una de las cosas que descubrí en mi etapa de afrontamiento es que el pasado y la muerte son irreversibles. Por más vueltas que le diera lo que pasó, ya pasó, lo que haya hecho o dejado de hacer quedará así, y mi madre seguirá muerta. Nada de eso lo puedo cambiar. Pero si levanto la mirada puedo ver que hay muchas personas que están sufriendo y tal vez padeciendo pensamientos suicidas ahora mismo. A todas esas personas, o al menos a algunas, puedo brindarle la escucha, la contención y el acompañamiento que no le supe dar a mi madre. Así comencé a trabajar como voluntario en asistencia a personas en crisis o con pensamientos suicidas. Ayudar a otros brinda una paz y una satisfacción tan profundas que sólo quien lo experimenta puede entenderlo. Hoy ya hace once años que trabajo como voluntario en prevención del suicidio en varias asociaciones civiles y mi compromiso con la causa es cada vez mayor. Sin embargo, el voluntariado que se ejerce desde la reparación no deja de ser una carga. Si durante todos estos años me hubiesen preguntado porqué trabajé como voluntario, hubiera respondido: “se lo debo a mi madre”.


Liberación: La liberación completa de la culpa la logré gracias a los grupos de Ayuda Mutua de Hablemos de Suicidio. No sabría explicar del todo cómo sucedió. Las primeras veces que compartí mi testimonio en el grupo lo hice de la forma más sincera que me salió, y en ese momento, eso significaba hacerme cargo de la muerte de mi madre. La culpa es un sentimiento muy extraño, se siente en soledad pero tiene mucho que ver con los otros. El pensamiento que subyace es “qué pensarán de mí los otros si supieran la verdad? Cuando uno cuenta la verdad, o su verdad tal como la sabe contar en cada momento, no frente a una persona sino frente a varias, y no pasa nada, la culpa se desvanece. Puede ser eso o puede ser este ejercicio que hacemos en cada reunión de mostrarnos vulnerables e imperfectos. Uno aprende a aceptar a los otros en toda su humanidad sin maquillaje y de ese modo aprende a aceptarse a sí mismo. Sea como fuera, hoy puedo decir que estoy orgulloso de mi historia. En primer lugar porque estoy vivo, y eso no todos lo logramos, y además porque supe transformar mi dolor en ayuda. En el futuro seguiré siendo voluntario en prevención del suicidio, pero ya no lo hago porque se lo debo a mi madre. Esa deuda ya está saldada. Lo hago por los otros, los que aún siguen sufriendo, y, fundamentalmente, lo hago por mí.


 

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