La muerte de un ser querido a causa de suicidio es un suceso terrible y repentino. Es natural que los familiares y amigos se sientan confundidos y desorientados, en especial durante los primeros días, pero este estado de shock puede durar mucho más tiempo. Cuando esto sucede suelen aparecer emociones y sentimientos muy complejos que pueden parecer extraños, incluso para los propios sobrevivientes que las afrontan. En entradas anteriores describimos algunos sentimientos por ser particularmente específicos o al menos más frecuentes e intensos en los duelos por suicidio. Sin embargo, el abanico emocional al que podemos estar expuestos los sobrevivientes suele ser mucho más amplio.
Lo primero que tenemos que saber al respecto es que no somos responsables de lo que sentimos, mucho menos frente a una situación límite. Nuestro aparato psíquico puede reaccionar de formas impensadas. Algunos se sorprenden por no poder conectarse con los sentimientos. No llorar cuando se supone que deberían llorar o no sienten la tristeza o la angustia que se supone que deberían sentir. No hay supuestos válidos frente a un estado de shock. En algunos casos los sobrevivientes se sorprenden de su propia frialdad al recibir la noticia, de ocuparse de los trámites con relativa eficiencia cuando otros están devastados y algunos pueden incluso sentir alivio si el sobreviviente estaba a cargo del cuidado del difunto por alguna enfermedad crónica o por sus propios pensamientos suicidas. Todos estos sentimientos confusos tienen en común que nos llevan a sentir culpa por nuestros propios sentimientos. Podrían incluso llevarnos a creer que no quisimos lo suficiente a la persona que se fue. Deberíamos ser más condescendientes con nosotros mismos y aceptar que todos estos sentimientos son probables en un duelo por suicidio, pero nada nos dicen del amor que sentimos por el difunto sino de la confusión y perplejidad que nos genera una situación tan terrible y repentina.
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