Tengo 57 años ,27 años atrás sufrí la explosión de una mina de guerra que me produjo la amputación del pie derecho. Al año y medio me tuvieron que amputar más arriba. Entonces tenía 30 y un estado físico excepcional. Era Teniente Primero. Me desempeñaba como Director de Ejercicio Militar con cadetes cursantes de primer año.
Para un ejercicio solicité 200 minas de fogueo que son tan inofensivas como un fósforo: una muy pequeña detonación y una salida de humo para representar campo minado y herido de guerra. Por un error imperdonable enviaron 150 minas de guerra y 50 de fogueo mezcladas. Descuido, falta de profesionalismo, negligencia. Al detectar ese error entré en discusión con mi jefe directo presente allí. Hice ensayos con recaudos y distancia prudencial pero no explotó. Mi jefe, veterano de la guerra de Malvinas, insistía en que todas eran de fogueo. Él pisó dos minas y no explotaron , las tomó con ambas manos y nada. La tercera mina la llevé a mi lugar de ensayo seguro pero en el camino mi jefe me ordenó que la pisara ya que él supuestamente había colocado mil minas en Malvinas. Por la influencia de su prestigio y mi estupidez de imitación (actos reflejos del adiestramiento militar). La pisé y explotó. El único herido fui yo, no lastimé a nadie siendo que tenía 170 cadetes a mi cargo.
La investigación fue una lección perfecta de prevaricato y falsos testimonios. Apostaron a que moriría. Un muerto no se defiende y no declara.
Después de amputarme solo me hicieron radiografías, sin la precisión para detectar que quedaron esquirlas de plástico y pequeños pedazos de hueso. Con el tiempo el dolor fue insoportable y solo recibía descalificaciones: "Que era un rengo quejoso". Me hice atender en otro instituto y la opinión fue categórica: "Hay que re-amputar".
Luego ordenaron mi traslado a otro regimiento. Estuve tres días dando vueltas para esa asignación. En la sala de espera lo que escuchaba era: “¿Dónde enviamos a éste boludo?”.
Dejé mi pequeña mudanza embalada, escribí unas cartas, fui a saludar un par de amigos dentro del cuartel. Mi mirada vacía, fría, distante, sin lágrimas. Regresé a mi habitación, tenía 4 bolsas de nylon y un precinto para mi cuello. Mi pistola cargada, era un alivio que deseaba. Trabé la puerta con un cofre y a los segundos vino a golpear la puerta un oficial que respetaba mucho. Escondí las cosas y lo hice pasar. Me habló una hora , me contó que fue testigo de cuando asesinaron a su padre. Me habló mucho de pedir ayuda en salud mental.
Eso fue un cambio de razonamiento para mí. Para suicidarme tengo tiempo, pensé; y también para intentar pedir ayuda. En psiquiatría me medicaron y fui cambiando mi estructura mental.
Mi segunda recaída, fue en el maldito regimiento. Me sacaron el pase al hospital. Llegué a cumplir 6 funciones dependiendo de 6 jefes distintos que competían en cómo hacer de mi vida un infierno.
Hablé con el jefe de psiquiatría, siempre muy atento conmigo, y me dijo que me tome 20 días de licencia por depresión reactiva. Poco tiempo después me enteré de que me pasaban a disponibilidad y casi en simultáneo a pasiva percibiendo el 30 % de mi haber básico. Me dije: “Voy a mi oficina y con las cartas hechas me quito la vida”. Un amigo vigilador privado notó lo mismo: mirada vacía, ausente, enojado como nunca y buscó a mi psicóloga terapeuta del hospital. Me mandaron a buscar con una mentira piadosa y me ganó de mano. Me convenció de deponer mi actitud.
Hoy lloro desconsoladamente la pérdida de mi hijo de 17 años por un fallo repentino del corazón. Tengo unos hermosos hijos mellizos de 15 años, una hija de 21, dos nietas y mi señora, la única pareja de mi vida, por quienes debo estar desafiante y provocativamente sereno para transmitirles paz, fe, confianza y cohesión familiar. El hogar es sagrado, es mi bunker. Me parto en pedazos llorando, seco mis lágrimas y estoy para ellos, al servicio de ellos.
En el año 2003 finalmente me radiqué en una provincia. Aprendí herrería, carpintería, fontanería, construcción y electricidad (ya sabía pues terminé 6to año de Escuela Técnica) , También a restaurar armas antiguas y jardinería, de la más fina y delicada. Todo apuntando a seguir rehabilitando, restaurando, reconstruyendo mi interior.
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