Es difÃcil aceptar que uno convive con una enfermedad mental. Con un enemigo susurrando al oÃdo cosas que un cerebro sano no podrÃa entender. No es esquizofrenia. No existe alucinación, solo el deseo de terminar con algo tan valioso como tu vida misma. No importa cuán feliz deberÃas estar, no importa si eres rico, pobre, bello o feo, chico o grande, desafortunado o con toda la suerte del mundo...He estado al borde de la muerte tantas veces que ya lo tomo con naturalidad. ¿Qué me detiene?: mis hijos, mà familia y la escritura.
Al dÃa de hoy llevo casi 15 años viviendo en un lugar al que no pertenezco, al menos asà lo siente mi cabeza. Ignoro cuál fue el detonante (porque entiendo que siempre existe uno) que me arrastró a sentirme vacÃo incluso cuando se supone estoy lleno del amor de mi familia, de un trabajo estable y una salud buena. No he sufrido mal de amores, digamos que quien hizo sufrir quizás haya sido yo. He tenido una infancia feliz dentro de lo que considero cómo felicidad. Sin tirar manteca al techo he tenido lo suficiente, lo necesario. En algún momento dejé de sentir, claramente. Vi pasar la vida, las relaciones, los triunfos y los fracasos en blanco y negro, la vida se torno insÃpida. No recuerdo las veces que he sonreÃdo sinceramente ni las que he llorado con el alma compungida. Me sentà muerto miles de veces con la diferencia de que aún respiraba y eso me hacÃa sentir extraño, confundido. He intentado saltar cientos de veces pero siempre hay algo que me detiene, la voz de mi hijo de tres años, las inseguridades de mi otro hijo de 15 en plena adolescencia y la falta de autogestión de mi esposa para manejar las cosas de la casa. También la escritura me detuvo. Le he contado a mis hojas todas las sensaciones mustias de mi alma, le he confiado mi dolor por vivir, mi anhelo por aquello del otro lado. He muerto allà tantas veces siendo yo tantos personajes. He escrito sobre aquellos que me lloran, los imagino. He escrito sobre ese dolor que no es mÃo sino de ellos. Mà madre llorando al lado de un féretro sin saber por qué morÃ, mis hijos desbastados sin saber qué sucedió...por suerte esa tristeza termina apenas dejo de leer y sigo del otro lado vivo.
Acepto que esto no se va, pero escribir me hizo morir sin morir y vivir con esa sensación de eterna inmortalidad. Soy casi un vampiro escribiendo sus crónicas, un muerto contando sus aventuras.