El maltrato en la infancia es un factor de riesgo para la conducta suicida durante toda la vida, de eso no hay duda. En mi caso, a pesar de haber sido tratado con violencia por parte de mi padre durante mi infancia, no tuve pensamientos suicidas u otros problemas emocionales graves hasta mis 30 años, y con más fuerza a partir de los 40. Tampoco en ese momento asociaba lo que sentía con el maltrato que recibí durante la infancia sino con la muerte de mi mamá a causa de suicidio. Mi primer ataque de pánico lo tuve el día del cumpleaños de mi papá, cuando me disponía a ir a visitarlo como un "buen hijo" que olvidó el pasado. Pero el pasado no se olvida tan fácil, tardé al menos 20 años más para razonablemente haber perdonado a mi padre, y ahora entiendo que todo ese resentimiento reprimido también alimentaba mis pensamientos suicidas.
Sin embargo, esto que me pasó a mí, aunque sé que es muy frecuente, no es la regla. En estos últimos años haciendo voluntariado en prevención del suicidio escuché cientos de historias de personas que habiento tenido infancias felices y padres amorosos llegan a padecer pensamientos suicidas o a cometer suicidio. Mi conclusión es que quienes tubieron la fortuna de haber tenido padres amorosos durante la infancia tienen una ayuda importante, pero no están excentos de riesgo. En todo este tiempo aprendí que la escucha y la contención de un otro es lo que mantiene viva esa llama tan fragil que es el sentido de nuestras vidas y las ganas de vivir. Por eso participo como voluntario en Hablemos de Suicidio, para que más personas puedan abrir sus corazones y dejar de esconder sus conflictos debajo de una alfombra de la que siempre vuelven a salir fortalecidos.