La culpa es, tal vez, el sentimiento más devastador al que solemos enfrentarnos los sobrevivientes a la muerte de un ser querido a causa de suicidio. No paramos de preguntarnos: “¿Y si le hubiera dicho esto o aquello?”, “¿Y si no le hubiera dicho esto o aquello?”, “¿Y si hubiera hecho esto o aquello?”, “¿Y si no hubiera hecho lo otro?”. Todas preguntas contra fácticas que, por supuesto, no tienen respuesta, porque la escena que imaginamos simplemente no ocurrió. Sabemos que el suicidio es un fenómeno multicausal, es decir: un solo hecho no determina que una persona tome la desesperada decisión de quitarse la vida, por lo que, en realidad, no hay culpables. Además, es muy injusto con nosotros mismos juzgar las decisiones del pasado con el conocimiento y la experiencia de hoy. Sin embargo, la culpa es un sentimiento visceral que no escucha razones. Cuando sentimos culpa la sentimos por más que nos expliquen que hicimos lo mejor que pudimos o supimos en cada momento.
Si bien la culpa como sentimiento íntimo no necesita de la mirada del otro, siempre hay una parte real o imaginada en que el otro participa. En algunos casos, personas que no logran empatizar con la situación podrían acusar directa o solapadamente a algún sobreviviente. Aunque esto no suceda, nosotros mismos imaginamos sus pensamientos acusatorios y esta fantasía incrementa nuestro sentimiento de culpa. En ambos casos el antídoto es hablar con personas que sí pueden entendernos por haber transitado situaciones similares. Para esto son muy útiles los grupos de duelo o grupos de sobrevivientes a la muerte de un ser querido a causa de suicidio. En nuestros Grupos de Ayuda Mutua para personas afectadas por el drama del Suicidio muchos sobrevivientes encuentran ese espacio de escucha contenedora y libre de juicios tan necesario para procesar los sentimientos de culpa asociados a la muerte de un ser querido a causa de suicidio.
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