Fue el 10 de Abril del 2001 el día fatídico que cambió y marcó mi vida para siempre. Una parte de mi vida y de mi corazón murió y se fue con él. Era mi mejor amigo, mi compañero, mi cómplice, mi amor, mi refugio, mi familia. Lo perdí después de un período de intenso sufrimiento que lo consumió hasta matar sus ganas de seguir luchando. Desde que lo conocí ya estaba herido por su complicada historia y el brutal bullying que vivió durante su paso por la Escuela. Vivió un maltrato reiterado y varias experiencias denigrantes como aquella vez que sus agresores lo metieron en un bote de basura.
No sabía defenderse de sus buleadores y repetía el ciclo de violencia: víctima y victimario. Era un chico lindo, carismático, sensible, con una dulzura jamás encontrada en otro ser humano, con heridas abiertas que lo enfermaron de depresión. Consumía marihuana y otras drogas para mitigar sus dolores del alma y cayó en una espiral autodestructiva. Lamentablemente no tuvo el tratamiento clínico interdisciplinario que requería, ni la contención necesaria, ni un espacio para hablar.
La última vez que lo vi fue dos días antes de su suicidio, me buscó para verme y despedirse de mí, se iba de vacaciones a la playa con su papá. Lo ví demasiado abatido y quedó en llamarme al regresar de su viaje. Me quedé tan intranquila y esperaba ansiosamente el paso de los días para volver a verlo hasta que recibí la llamada de su mamá diciéndome: "Ya voló el pajarito, estamos en el velatorio”.
Quedé conmocionada y aturdida después de la noticia de su muerte. Mi mundo se desmoronó en segundos y caí en un socavón de dolor por décadas. No sé de dónde agarré fuerzas y me fui manejando lo más rápido posible al velatorio pero no alcance a verlo a él, ni a su familia, ya no estaban. Fue tan duro no poder despedirme de él que mis piernas se desplomaron y me derrumbé al piso llorando desconsoladamente.
Muchos años no me perdoné no llegar a tiempo al velatorio y muchas otras cosas más, no llegué a los ritos funerarios que posibilitan la asimilación de la pérdida de un duelo que en si ya es complicado como es el duelo por suicidio. Pasaron 21 años de su suicidio y de tomar terapia individual pero continuaba con la inquietud de que algo estaba pendiente de cerrar; y no me sentía en paz. Un día me armé de valor y contacté a su familia expresándole mi deseo de ir al mar donde esparcieron sus cenizas. La familia me ayudó y encontré “la pieza que me faltaba de este complejo y enigmático rompecabezas”.
Emprendí el viaje para llegar a la playa San Miguel, en Ensenada, el mismo día de su aniversario 21 luctuoso (10 abril del 2022) acompañada por su mamá.
Fue tan desgarrador llegar a la playa de San Miguel donde están sus cenizas que mi mente se disoció para poder soportar la experiencia, a pesar de que habían pasado 21 años de su muerte. Las lágrimas comenzaron a derramarse a raudales de mis ojos, me veía desolada y lo mas extraño de todo es que no sentía nada, ningún afecto, ni tristeza, ni dolor. Mi mente se disocio desconectándose de la situación límite que sobrepasaba mis recursos psicológicos para afrontarla generando una distancia de seguridad para reducir el impacto emocional y el dolor de ese momento.
Hice mi ritual, le prendí incienso y una vela, le deje unas flores y le arrojé una carta al mar con las palabras que no le dije en vida. Tardé 21 años en realizar esta difícil hazaña, ha sido un camino muy difícil transitar el duelo por suicidio pero a pesar de lo removedor que fue enfrentar este momento tan desgarrador lo que vino después ha sido liberador y reparador. Mi alma por fin descansó y está en paz.
Mi duelo por suicidio avanzó, subí varios escalones en mi recuperación y trascendí. Encontré a Hablemos de suicidio ONG y desde que comencé en el GAM cambió mi concepción sobre el suicidio, he derrumbado tabús, transformé mi vergüenza por orgullo de ser superviviente, de esconderle al mundo mi experiencia cercana con el suicidio, hoy la puedo hablar más sin miedo al juicio y al estigma social. Me animé a participar en el primer voluntariado de toda mi vida en “Hablemos de suicidio ONG”.
Jamás pensé estar en el lugar que estoy hoy como preventora del suicidio, a pesar de desearlo desde hace años, no podía. No me queda la menor duda que he podido transformar y sublimar la tragedia en empatía y compasión por el sufrimiento humano desde que elegí estudiar Psicología y Psicoanálisis hace 23 años, pero ahora más que nunca es más fuerte mi compromiso con la causa de la prevención del suicidio.
Gracias a mis hermanos argentinos de Hablemos de suicidio ONG por tanto aprendizaje, luz, amor ❤ y acompañamiento, ha sido profundamente sanador en mi proceso.
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