Cuando trabajaba como voluntario en una línea de asistencia a personas en crisis o con pensamientos suicidas, evitábamos expresiones como "logré salvarlo/a", incluso luego de una asistencia exitosa en una emergencia con riesgo de suicidio. La razón es simple: Si nos adjudicábamos los méritos de las asistencias que "salían bien" también deberíamos cargar con la responsabilidad por las asistencias que "salían mal". La realidad es que cuando uno escucha a una persona con pensamientos suicidas hace lo que puede y dice lo que le sale. Aún asumiendo que siempre haya buena voluntad y una genuina preocupación por lo que le está pasando al otro, la decisión final no es del asistente, y eso lo debemos saber todos los que hacemos asistencia comunitaria a personas con pensamientos suicidas en diferentes ámbitos: No salvamos a nadie, cada uno se salva a sí mismo, y en el mejor de los casos somos instrumentos que pueden resultarle útiles a la persona que sufre pensamientos suicidas en su propio proceso de recuperación. Sin embargo, después de 10 años haciendo voluntariado en prevención del suicidio, puedo decir que en este "salvarse a uno mismo" yo también estoy incluido. Uno inicia esta actividad de voluntariado pensando que puede ayudar a otros, al poco de andar se da cuenta de que es más lo que recibe que lo que da. El voluntariado en prevención del suicidio me ayudó a seguir adelante y otorgarle un sentido más profundo a mi vida. Sin darme cuenta, fue mi propia estrategia de salvación. Por eso me parece muy apropiado el concepto de "ayuda mutua": Hacemos voluntariado para ayudar, es cierto, pero también para recibir ayuda. Quizá lo más correcto no sea ni decir que salvamos a alguien ni decir que ese otro se salvó a si mismo, recuperar el sentido de la vida siempre es una cuestión grupal, en todo caso podríamos decir que "nos salvamos mutuamente".