En uno de los grupos de esta semana surgió el tema de lo duras que son las historias que nos contamos mutuamente, y la inevitable pregunta: ¿Por qué participamos de grupos donde se cuentan historias tan desgarradoras? Desde ya que cada uno de los presentes tendría sus propios motivos para estar allí escuchando esas historias a las que un participante calificó de "inhumanas". Más allá de que creo que las historias que se cuentan no son inhumanas, muy por el contrario son muy humanas, aunque tal vez nos hablen de esa parte de nuestra humanidad que no queremos ver, no queremos mostrar o de la que no queremos hablar, hubo una respuesta que me resonó muy adentro, como si otro participante hubiera puesto en palabras mi propio sentimiento: "Participo en el grupo porque aquí me siento vivo".

Es cierto, la vida no siempre es agradable, no siempre se parece a un prado suave en una tarde de primavera que nos invita a caminarlo, en ocasiones se asemeja más a un camino miserable poblado de escombros y de espinas, pero en ambos casos nos puede brindar esa sensación inconfundible de sentirnos vivos que, a mi juicio, siempre va a ser preferible al adormecimiento narcótico con el que en ocasiones pretendemos ocultar la realidad. Entiendo, porque yo mismo lo viví, que algunas veces el dolor se vuelve insoportable y solo queremos encerrarnos en nosotros mismos, cerrar las ventanas para no ver ni escuchar lo que les pasa a otros seres humanos muy cercanos a nosotros. Se entiende, pero no creo que ese camino lleve a ninguna parte. En algún momento tendremos que elegir sentir nuevamente: dolor, desolación, tristeza, miedo. Atrevernos a hablar de los que nos pasa y a escuchar esas voces que no son muy distintas a las nuestras. Creo, sinceramente, que ese es el único camino para volver a sentir adentro nuestro la fuerza y la alegría de vivir.