No deja de generarme un sentimiento de satisfacción, pero también de sorpresa cada vez que alguien, generalmente al final de una reunión de uno de nuestros grupos de ayuda mutua, dice que le hace bien participar en el grupo o algo por el estilo. Satisfacción porque siento que nuestra tarea es útil, al menos para algunas personas, y sorpresa porque, cuando ocurre eso me pregunto "¿qué fue lo que le hizo bien?". Nosotros no somos un grupo terapéutico, ni siquiera damos consejos, ni nos sentimos calificados para darlos. ¿Qué es, entonces, lo que le hace bien a esos participantes? Recuerdo entonces mi propia participación en grupos de ayuda mutua hace ya muchos años, en una época de mi vida en la que tenía mucha angustia, mucho miedo y mucha confusión en mis ideas. Ese grupo de personas que atravesaban situaciones similares a la mía fue el primer lugar en el que me sentí suficientemente cómodo para contar lo que me pasaba y lo que sentía. La escucha de mis compañeros me sirvió para escucharme a mí mismo y ordenar mis ideas, su preocupación por mí y por lo que me pasaba me ayudó a sentirme valioso (algo que no había sentido durante mucho tiempo), escuchar sus historias me ayudó a entender que no estaba solo con mi sufrimiento, que otros sentían cosas parecidas y podían acompañarme. Ese tampoco era un grupo terapéutico, pero resultó sanador para mi y creo que también para mis compañeros. No debería extrañarme que al repetir la experiencia veinte años después el resultado sea el mismo. Y si lo pienso un poco más, el grupo sigue siendo sanador también para mi. El duelo por suicidio y el pensamiento suicida pueden elaborarse, pero siempre dejan cicatrices que requieren atención. Uno tiende a repetir las experiencias que le hicieron bien; el grupo me hizo bien en el pasado y sigue ayudándome hoy en día. Y a pesar de todo, no sé por qué, cada vez que alguien cuenta que le pasa lo mismo siento esa mezcla de satisfacción y sorpresa.