A muchos de los que tuvimos que transitar un duelo por el suicidio de un ser querido nos queda una culpa de fondo que nos acompaña durante toda la vida. Ya no son esas preguntas sin respuesta de los primeros meses o años: ¿Por qué lo hizo?, ¿por que no estuve ahí?, ¿si le hubiera dicho...?, ¿si no le hubiera dicho...?, etc. Tampoco es ese razonamiento falaz que desde nuestro lado omnipotente nos dice que tendríamos que haber sabido qué hacer para evitar que ese suicidio. O ese otro que desde nuestra más profunda impotencia nos dice que no somos lo suficientemente buenos para justificar que él o ella eligiera seguir con nosotros en este mundo. Todo eso quedó atrás, con mucho dolor aprendimos que nadie puede hacerse responsable por la vida de otra persona por más amor que sienta por ella. Sin embargo, la culpa sigue ahí, como una espina clavada en el pecho, y no hay lógica en el mundo que pueda extirparla. Con el tiempo muchos nos damos cuenta de que esa culpa residual nunca se irá, que tendremos que aprender a convivir con ella, buscar estrategias para que nuestra vida sea más fácil, e incluso feliz, a pesar de la culpa.
En mi caso aprendí que ya no puedo hacer nada por mi madre. Ella está en otro plano, o no está en ninguno, no importa. Donde quiera que esté no puede recibir mi ayuda. Pero aquí mismo, incluso muy cerca, hay otras personas que sufren, tal vez con un sufrimiento muy parecido al de mi madre. Descubrí que brindarles a esas personas un poco de escucha, contención y acompañamiento es casi como si lo estuviera haciendo por mi madre. Descubrí, en definitiva, que siempre hay posibilidad de reparar lo que no supimos hacer antes.
Hermosa reflexión. Me pasó exactamente lo mismo con el fallecimiento de mi hijo a causa de suicidio. Ya no busco el porqué, si no que aprendo día a día a continuar y honrar su hermosa pero corta vida juntos. La culpa va disminuyendo con el paso del tiempo, la vamos amoldando, concientizando, a veces vuelve a aparecer pero necesitamos hacerla a un lado para poder continuar. No pasa lo mismo con el dolor, él siempre estará.
Estoy segura que mi hijo me acompaña en cada paso, y es él el que me guía en este nuevo camino de empatía y solidaridad.