Tuve una infancia muy difícil. Tenía 8 años cuando comenzó mi descubrimiento de la sexualidad a causa de un descuido de mis padres. Dormía en su pieza, una noche me desperté y vi pornografía que estaba mirando mi papá.
A medida que crecí, fui sintiéndome ignorada por mi familia. Empecé a actuar desde el enojo, ya que por expresar otros sentimientos nadie en mi familia me tomaba en cuenta. A los 8 años empecé rompiendo algo sin querer y solo logré que me reten peor. Entonces me encerré en el baño y rompí el espejo. A partir de ahí, cada discusión o malestar, hacía lo mismo. Al baño y una piña al espejo.
Con el tiempo empecé a mirarme en ese espejo, y a pegarle porque me odiaba a mí misma y odiaba verme reflejada. Más adelante descubrí que el dolor que sentía al cortarme por la trompada al vidrio, de alguna manera, me "aliviaba" lo que sentía. A los 12 años me corté por primera vez porque tenía un novio que se auto-flagelaba y me decía que eso lo calmaba.
Cuando tenía 15 años sufrí abuso sexual en varias ocasiones por parte de mi novio. Con el mismo que perdí la virginidad en lo que fue prácticamente una violación.
A los meses, un día me encontraba acostada en la cama de ésta persona, sola, y de repente empecé a pensar que nada tenía sentido. Que nada me haría feliz. Fue el bache que jamás se arregló. Desde ese momento empecé a sufrir depresión por mis constantes dudas existenciales y mis ganas de no hacer nada, pero nada literalmente. No quería estar parada, ni sentada y tampoco acostada. ¿Qué sentido tenía eso? Esos pensamientos me generaron muchísimo malestar porque era imposible "no hacer nada". Con el tiempo, deposité mi confianza en personas que terminaron dañándome y empecé a sentirme sola en el mundo. Incapaz de ser feliz.
No estoy segura en qué momento fue el primer pensamiento suicida. Solo recuerdo que a los 17, tenía muchos problemas en casa y consideraba como “mi familia" a un grupo de amigos virtual. Pasaba horas en la computadora, horas sin dormir, empecé a ser violenta y a llorar constantemente. Cuando conseguí un trabajo hacía muchísimas horas extras para no volver a casa y así evitar las peleas.
A los meses de trabajar conocí a través de la virtualidad a un chico de otra provincia. Quedé embarazada. Él me dejó, pero en el camino también me dejó varios traumas. Me dijo: “Puta, ese hijo seguro no es mío, nadie te va a querer nunca como sos”, etc. Me llamaba constantemente para saber qué hacía o dejaba de hacer, quería saber hasta lo que pensaba. Y ahí empezó el infierno. Mis pensamientos se volvieron distorsionados, pensaba en cometer homicidios u otros delitos más graves. Todo a causa de que ésta persona quería que le dijera hasta lo que pensaba. Mi cerebro empezó a generar pensamientos delictivos para reafirmar que era la mierda que él me decía que era. Entonces, un día, me ví caminando por más de 40 cuadras, llorando, pensando que ya, por favor, me quería morir. Que ya había demasiada gente mala en el mundo como para que un monstruo como yo siga viviendo. Caminé pensando y rogando que apareciera alguien que quisiera robarme y pedirle por favor que me mate. Pero no pasó. Llegué a un hospital y pedí asistencia. Dije que estaba pensando en suicidarme. Lo único que me dijeron es que no tenían guardia psicológica. Pasé por otro hospital, y lo mismo. Estaba desesperada. Fuí a un hospital psiquiátrico, embarazada, con 18 años, sola, sin mi DNI y en crisis, porque nadie me brindó la contención profesional que necesitaba. Esa tarde me salvó un amigo. Vaya a saber dónde estaría el día de hoy si hubiera cruzado la puerta de ese hospital psiquiátrico.
Durante todo mi embarazo, no hacía más que llorar y desear no despertarme al otro día.
Intenté ahorcarme con mi hijo en la panza. No aguantaba más el dolor. Todos los días hablé de lo que sentía de repente, un día, me sentía mejor. A los dos meses de nacido mi hijo, se suicidó mi amigo. Sentí culpa y sentí que odiaba a mi hijo, cuando en realidad la que usaba a mi hijo de excusa para no salir no era nadie más que yo.
Busqué ayuda profesional. Todavía recuerdo entrar al consultorio de mi psicóloga, con el cochecito en una mano y con mi bebé en mi otro brazo diciéndole entre lágrimas: “Por favor necesito ayuda”.
Mejoré considerablemente, pero de los 19 a los 22 viví en pareja y cerca de cumplir los 22 empecé un tratamiento con psicofármacos porque era muy violenta. A los meses, mi pareja me dejó y caí en una depresión muy grande, que duró 11 meses. Antes de caer en esa depresión, a los 21, me había enterado del suicidio de un chico en mi localidad. Por eso, más la muerte de mi amigo, decidí crear un Facebook de escucha. Pude ayudar a muchas personas, ya que la ayuda para estos casos es escasa. Me hablaban personas desde 14 años hasta 58/60. Intenté capacitarme para asistir de mejor manera, pero no pude. Caí en esa depresión y no podía con mi vida, no podía ayudar a nadie porque ni siquiera podía ayudarme a mí misma.
Los pensamientos suicidas se acrecentaron casi al 100% y solo pude ser estabilizada con medicación psiquiátrica. A los meses de superar la crisis depresiva, intenté suicidarme nuevamente. Le dije a mi mamá, que había tomado pastillas, y solo me mandó a dormir. En ese momento deseé tanto, que hicieran efecto.
Viví una crisis muy grande después de eso, cortándome y dañándome de todas las maneras posibles hasta que mi familia decidió internarme, ya que había dejado la medicación de golpe, por cuenta propia, para poder alcoholizarme y eso me llevó a tener delirios y ataques de violencia.
Me internaron durante casi dos años. No fue la solución, me sirvió de algo, sí; pero no está todo superado. Cuando salí, me enteré que mi último novio se había suicidado hace unos meses.
Hace una semana, tuve un ataque de ansiedad y terminé llorando en la calle y después encerrada en el baño de una estación de servicio, diciéndome que quería que esto se terminara de una vez, que estaba cansada. Esa noche dormí, y al otro día seguí con mi vida "normal".
Y acá estoy, hoy recibí el mail de ésta ONG. Y estoy contenta, porque justamente hace unos días hablaba con una amiga de los pocos recursos que hay para ésta problemática y de la desinformación.
Me sirvió, hablar siempre lo que siento, escribirlo, llorar, pedir ayuda, ocuparme de mí, mantener las manos y la mente ocupadas, y la música, que siempre fue un aliado en mis luchas constantes. Me sirvió aferrarme a quién más me necesita viva, que es mi hijo. La motivación ahora, para empezar, puede ser cualquier persona o cosa. ¿Lo mejor? Un poder superior. Y algún día la motivación, seré yo misma.
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